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– ¿Qué ocurre? –preguntó el director.
La enfermera se encogió de hombros.
– No tiene importancia –contestó– Sólo que este chiquillo parece bastante reacio a unirse en el juego erótico corriente. Ya lo había observado dos o tres veces. Y ahora vuelve a las andadas. Empezó a llorar y...
– Honradamente, –intervino la chiquilla de aspecto ansioso– yo no quise hacerle ningún daño. Es la pura verdad.
– Claro que no, querida –dijo la enfermera, tranquilizándola– Por esto –prosiguió, dirigiéndose de nuevo al director– lo llevo a presencia del Superintendente Ayudante de Psicología. Para ver si hay en él alguna anormalidad.
– Perfectamente –dijo el director– Llévelo allá. Tú te quedas aquí, chiquilla –agregó, mientras la enfermera se alejaba con el niño, que seguía llorando– ¿Cómo te llamas?
– Polly Trotsky.
– Un nombre muy bonito, como tú –dijo el director– Anda, ve a ver si encuentras a otro niño con quien jugar.
La niña echó a correr hacia los matorrales y se perdió de vista.”
Aldous Huxley, Un Mundo Feliz, Capítulo III.
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