El inefable John Cobra, orgullo de Puçol |
"La sociedad en cada una de sus formas es una bendición". Son palabras escritas en un lejano 1776 por Thomas Paine en su manifiesto Common Sense, que tuvo gran repercusión en los sucesos que motivaron la Revolución Americana y en el que se distinguía claramente entre gobierno y sociedad. En efecto, la política es demasiado importante para que la sociedad civil se desentienda de ella. La clase política necesita el contrapeso de una sociedad civil, del mismo modo en que el gobierno necesita el contrapeso de una oposición.
Una errónea concepción del papel que el gobierno debe tener en la vida de los ciudadanos conduce a que la sociedad civil se sienta cada vez más débil y marginada. Hoy en día vivimos un proceso de confusión entre ambos conceptos. No es posible que el poder gubernamental, el que surge de las instituciones y a su vez de las elecciones (de los ciudadanos en definitiva), tienda no solo a ocupar todos los ámbitos de la sociedad, desde el jurídico al cultural, desde el social al comunicativo, desde el asistencial al periodístico incluso, sino a conformar la agenda de debate y las hojas de ruta de una sociedad entera, plural, rica y abierta. Este proceso debe ser urgentemente revertido.
En nuestros días, el papel que el gobierno y los poderes públicos en general van a poder desarrollar en un futuro próximo va a ser cada vez menor. Así es que, haciendo de la necesidad una virtud, tal vez sea el momento de retomar el espíritu de la distinción entre gobierno y sociedad y de recuperar -en el caso de nuestra comunidad- el papel que la sociedad civil nunca debió perder. Este argumento, el de la devolución de poderes a la sociedad, debería ser el eje fundamental de una segunda transición en la Comunitat Valenciana.
No es deseable que la lógica política se reduzca a una lógica partidista que ofrece tan poco grado de elección a la sociedad civil, como tanto poder a quienes son considerados obedientes a la voz de su partido político. Por ello queremos hacer un llamamiento a la sociedad civil valenciana y también al gobierno valenciano para que redimensionen sus respectivos poderes.
El afán gubernamental de extender su influencia a todos los ámbitos sociales debe quedar en suspenso, mientras que la sociedad civil valenciana debe recobrar su pulso y su agilidad, su ambición e ilusión. En el caso de la Comunitat Valenciana la iniciativa empresarial y privada, el asociacionismo cultural y cívico, la sociedad civil, siempre ha gozado de prestigio y de capacidad de acción ejemplar.
Es hora ya de que la sociedad civil valenciana -imitando el ejemplo de ilustres valencianos de otros tiempos- demande a sus gobernantes que centren su atención en el interés común, y en la recuperación del prestigio de nuestra Comunitat, desplegando así ambos poderes su verdadera esencia.
El ilustrado Gregorio Mayans i Císcar fue tal vez el primer valenciano que abrió la puerta a un papel mayor de la sociedad valenciana, promoviendo el bien común, la ilustración y la recuperación de las señas históricas de la antigua corona de Aragón en un momento muy difícil. Su estela ha sido seguida por innumerables personajes de la vida civil valenciana como Vicente Boix o Teodoro Llorente y otros historiadores y pensadores del siglo XIX.
Constantí Llombart a favor del mantenimiento del patrimonio cultural que es nuestra lengua. Tomás Trénor y su esfuerzo por traer a Valencia la modernización económica con la Exposición Regional de 1909. Ignacio Villalonga y su apuesta en los años treinta por un modelo económico valenciano. La reunión de intelectuales a favor de ideas democráticas opuestas a los totalitarismos en boga en Europa y Rusia realizada en Valencia durante la guerra española. El entramado civil que permitió que en 1958, Martín Domínguez desde el periodismo, Joaquín Maldonado desde el Ateneo Mercantil y Tomás Trénor Azcárraga desde la alcaldía de Valencia, clamasen a favor de una mejor consideración de las tierras valencianas.
El trabajo de generaciones de jóvenes intelectuales, universitarios, profesores y alumnos -inevitables las menciones a los profesores Manuel Broseta o Ernest Lluch- por devolver la dignidad a las máximas instituciones académicas valencianas en los años sesenta y setenta en el contexto de la dictadura franquista. La voluntad europeísta demostrada por las reiteradas peticiones de empresarios y agricultores valencianos por abrir la economía española al Mercado Común (recordemos ahora a Vicent Ventura), los esfuerzos de algunas personas en la transición por evitar estériles enfrentamientos dentro de la sociedad valenciana o la cohesión de la sociedad civil a la hora de defender el Corredor Ferroviario Mediterráneo en la actualidad, son ejemplos del músculo de la sociedad civil valenciana. Tras cada iniciativa, tras cada esfuerzo personal, tras cada nombre de los citados, miles de hombres y mujeres, de valencianos y valencianas, se han sumado a ellas y las han hecho suyas.
Hoy en día, en muchos campos de la vida cotidiana, los valencianos seguimos dando testimonio de articulación civil, de asociacionismo cívico, cultural o social: bandas de música, ateneos, casinos, centros de estudio municipales o de base comarcal, comisiones festivas, asociaciones de editores, de músicos, de actores y actrices, organizaciones no gubernamentales, voluntarios, sociedades caritativas de larga tradición y prestigio.... Nadie debe dudar de que en estos momentos de zozobra es imprescindible una reacción de la sociedad civil. Y este no es un tema extraño para los valencianos.
La sociedad civil ha ido perdiendo con el tiempo sus viejas estrategias y acostumbrándose a que sean otros quienes solucionen sus problemas, a que su dinamismo dependa de la subvención oficial, a reproducir los mismos errores que la lógica partidista ha practicado hasta ahora. La sociedad civil debe responder, pero lo debe hacer desde la permeabilidad, la suma de voluntades, la apertura, la humildad, la ilusión y la generosidad, y debería acostumbrarse a obrar de nuevo recordando que el gobierno está a su servicio, y no al revés.
En toda la geografía valenciana deben resurgir los enclaves de la sociedad civil en cualquiera de sus formas. Y esto exigirá que, uno a uno, todos los valencianos nos preguntemos hasta dónde estamos dispuestos a llegar con nuestro dinero y con nuestro tiempo, con esa pequeña parcela que nadie nos puede arrebatar que es nuestra conciencia individual. Es imprescindible una nueva acción colectiva basada en la decisión individual como fermento de la ilusión colectiva.
El siglo XXI se nos plantea a los valencianos con un titánico esfuerzo: embarcarnos en una segunda transición que robustezca el poder de la sociedad civil, que aligere la carga del poder público y lo haga por ello más ágil y que limite la acción gubernamental. Como Thomas Paine, aquel lejano 1776, también nosotros creemos en la sociedad, y creemos que la sociedad civil debe ser el producto de nuestros deseos. Y, por qué no, también de nuestros sueños.
Josep Vicent Boira i Maiques, Jose María Boluda Crespo, Rafael Carbonell Serrano, Roberto Centeno Rodríguez, Héctor Dominguis Pérez, Vicente Espert Fernández, Josep Maria Felip i Sardà, Jesús Ferrer Pastor, Carlos González Triviño, Ignacio Jiménez de la Iglesia, Alfonso Maldonado Rubio, Francisco Martínez Boluda, Jose Navarro Catalá, Silvino Navarro Gómez-Ferrer, Pablo Noguera Borel, Carlos Pascual Vicens, Lorenzo Agustí Pons, Manuel Portolés i Sanz, Jose María del Rivero Zardoya, Pablo Romá Bohorques, Luis Sendra Mengual, Jose María Tomás Llavador, y Pablo Valldecabres Polop
*todos los firmantes suscriben el texto a título personal
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