Fuente: Scaffoldage |
El puente, Víctor Hugo
Tenía las tinieblas ante mis ojos.
El abismo sin orillas ni cima,
triste, inmenso, allí estaba; y nada se movía.
Me sentía perdido en el silente infinito.
Entre las sombras, al fondo, tras impenetrable velo,
se percibía a Dios como un astro sombrío.
Grité: “¡Mi alma, oh mi alma!, se necesitaría,
para pasar el piélago donde no se divisan las orillas,
y para que esta noche hasta Dios camines,
alzar un puente enorme sobre millones de arcos.
¡Quién lo podrá hacer! ¡Nadie! ¡Oh duelo! ¡Espanto!
¡Llanto!“. Un espectro se elevó ante mí, blanco,
mientras una mirada de alarma yo a la sombra arrojaba,
y el espectro tenía la forma de una lágrima;
una frente de virgen con las manos de niño;
al lirio semejaba, de candor recubierto;
al unirse sus manos una luz producían.
Me mostró el abismo adonde todo se pierde,
tan profundo, que nunca un eco allí responde;
y me dijo: “Si quieres, alzaré yo ese puente”.
Hacia el pálido extraño levanté mi mirada.
“¿Cuál es tu nombre?“ dije. Me respondió: “La oración”.
El abismo sin orillas ni cima,
triste, inmenso, allí estaba; y nada se movía.
Me sentía perdido en el silente infinito.
Entre las sombras, al fondo, tras impenetrable velo,
se percibía a Dios como un astro sombrío.
Grité: “¡Mi alma, oh mi alma!, se necesitaría,
para pasar el piélago donde no se divisan las orillas,
y para que esta noche hasta Dios camines,
alzar un puente enorme sobre millones de arcos.
¡Quién lo podrá hacer! ¡Nadie! ¡Oh duelo! ¡Espanto!
¡Llanto!“. Un espectro se elevó ante mí, blanco,
mientras una mirada de alarma yo a la sombra arrojaba,
y el espectro tenía la forma de una lágrima;
una frente de virgen con las manos de niño;
al lirio semejaba, de candor recubierto;
al unirse sus manos una luz producían.
Me mostró el abismo adonde todo se pierde,
tan profundo, que nunca un eco allí responde;
y me dijo: “Si quieres, alzaré yo ese puente”.
Hacia el pálido extraño levanté mi mirada.
“¿Cuál es tu nombre?“ dije. Me respondió: “La oración”.
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