Siempre me ha llamado la atención cómo la Mitología griega ha abordado el tema de la pretensión del hombre de aprehender el significado último de la vida. Sísifo, o el intento de eludir la muerte. Midas, o el intento de conseguir la prosperidad. Ícaro, o el intento de llegar a lo más alto. En todos los casos, los dioses castigan a los hombres por su osadía. Probablemente se quería remarcar que, además de vanos, tales intentos -al intentar suplantar el lugar que corresponde a Dios- conducen inexorablemente a la desgracia, a la muerte o a la locura. Porque solo si un dios se hiciera hombre, tal vez sería posible participar de su misterio sin provocar con ello la negación de lo humano. Tal vez...
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